Saturday, July 24, 2010
CALOR DOMINICANO!
LA FRIALDAD DEL GRINGO VERSUS EL CALOR HUMANO DEL DOMINICANO
Por CÉSAR ROMÁN SASSONE
La verdad es que el amor a la patria es grande, y por eso escribimos canciones que dicen; “No hay tierra tan hermosa como la mía…” Cuando estamos fuera, ¡cómo extrañamos todo! desde las pregones de las marchantas, hasta las cervezas de Bader. Talvez una de las cosas que más extrañamos de nuestro país es el calor humano. Ese saludo cariñoso por la mañana después del cafesito:” Buenos días Don Tilo, ¿cómo me le amanece?” “Aquí, doña Chucha, vivo por caco duro…” Cómo extrañamos la tertulia del colmadón con todos los “tigeres” del barrio; la comida de “El Conuco”, y el chofán y los chicharrones de pollo de El Pez Dorado; cómo extrañamos las fiestas de 15 años, los sancochos, el Rincón de Nelo con su maravillosa voz y extenso repertorio; o el simple pasar el tiempo con amigos hablando “caballá” o ahogando las penas bajo un trago de ron y escuchando “Chiquitica”, hasta que crezca.
En el extranjero muchos vivimos sumidos en la añoranza y con deseos de regresar. Nos pasamos la vida pensando en Boca Chica, el pescado frito y los yaniqueques; las fiestas patronales, el desfile del 27 de febrero, las tardes de bingo y de dominós. Sentimos que en Estados Unidos no hay calor humano; que no se disfrutan las navidades, que la gente te ignora y no se da cuenta si te estrenas un traje nuevo. Apreciamos nuestro calor humano y al principio rechazamos el individualismo del americano, y nos duele aquello que interpretamos como frialdad.
No obstante, a través del tiempo me he dado cuenta que el individualismo y “la frialdad” del gringo tienen su lado positivo; y es el respeto absoluto que ellos sienten por el otro individuo; el respeto por el tiempo, el espacio; el respeto por el derecho que tiene el adulto a tomar sus propias decisiones, a hacer elecciones y a diseñar su vida como le parezca. En resumidas cuentas, podemos decir, que el americano vive y deja vivir.
Por ejemplo, aquí en el tren en Nueva York, cada cual lleva su periódico o revista; nosotros allá diríamos: “Doña, seguramente que usted no va a leer la página de los deportes ahora, préstemela para leer un artículo de Sammy Sosa.”
A diferencia de nosotros, el americano piensa que los adultos deben ser autosuficientes y resolver sus problemas por ellos mismos, por lo que no se inmiscuyen en asuntos personales. Por el contrario, como dice el mercadólogo español Doménec Biosca, los dominicanos ofrecen soluciones antes de saber el problema. Nos sentimos con confianza y derecho a opinar sobre todos los aspectos de la vida del otro, y a brindarle soluciones, aún sin ser invitados.
“Oye Chepe, ¿Por qué tú no dejas ese oficio de cantante y te metes mejor a barbero?”
“Maricusa, ya todas tus hermanas se casaron, ¿Qué tú esperas, quedarte jamona?”
Sentimos que la confianza nos permite dictarle conductas al prójimo.
Si el dominicano llega a una casa, enseguida la redecora:
_ Mira Tina, ¿Porqué tú no pones una división en el medio, y así rentas esa otra habitación? Sabemos dónde hay que construir una pared, dónde hay que colocar las plantas, qué colores hay que cambiar y dónde poner unas campanas para aumentar la energía del ambiente. Damos recetas para mejorar la vida matrimonial, recetas para la salud, para la suerte, etc. Somos una combinación de boticarios, botánicos, biólogos, y maestros de Feng Shui.
Por otra parte, el americano no hace preguntas personales de ningún tipo. ¿Por qué no te casas? ¿Por qué no quieres tener hijos? El dominicano, en cambio, toma confianza enseguida y cuenta su vida y averigua la ajena en cuestión de segundos.
_Así es, Doña Chucha, tuve que casar a mi hija, la más chiquita porque dio “un mal paso.”(Sigue la historia completa de la hija, el joven y la familia del joven)
¿Y la hija suya, ya se casó?
_Sí
_¿Dónde vive? ¿De dónde es el marido? ¿Por qué se mudaron para Constanza, y la dejaron a usted solita aquí en el Seibo? Etc. (El interrogatorio es interminable)
El americano respeta la vida privada de los demás. Para muchos dominicanos, la vida privada de alguien se considera pública.
_ ¿Y quién fue esa que llegó ahí?
_ Esa es Tatita Morocho, la hija de Don Paco Pepín, que se casó con el Teniente Tuto Tatequieto. Don Paco estuvo metió en el lío de Baninter.
_ Y no dizque ella salía con Mauricio Mera.
_ ¡Uh! Esos amores se acabaron hace tiempo. Él la dejó por otra más joven. (El chisme continúa la noche entera, averiguando con pelos y señales quién se casó en el pueblo, quién se está divorciando, quién se hizo una cirugía estética, y demás temas que huelen a subdesarrollo.) Vale la pena señalar que muchos de los que corroboran con la conversación son religiosos y comulgan semanalmente, pero sus prácticas religiosas son muy permisivas, y les permiten acabar con todo el mundo, con la Biblia debajo del brazo.
He notado que el respeto del americano también se expresa en la falta de sobrenombres. En Estados Unidos tú te llamas Thomas, Tim o Timmy; Nosotros los dominicanos hablamos de Timoteo el tuerto, Chicha la gorda; o Quique, el morenito que vende periódicos en la Calle del Conde. Ponemos estos apodos, sin el menor sonrojo.
También me gusta el respeto que el americano expresa porque no “da cuerda”; ese pasatiempo que consiste en burlarse de otro para tener un entretenimiento.
_El dominicano encuentra en seguida cómo criticar a alguien del grupo y gozar a costillas de éste, diciendo, por ejemplo, ¿viste cómo anda Doña Amparo, con una sombrilla vieja y to’ defleca’? Ja, ja,…Se parece a “Roba la Gallina”.Y así continúa un individuo o grupo gozando a expensas de otro. Nos creemos con el derecho de ofender a otros, pues pensamos que simplemente estamos siendo “graciosos”.
Después de un tiempo en los Estados Unidos, muchos de nosotros empezamos a valorar la tranquilidad que nos brinda ese anonimato que una vez rechazamos, y aceptamos mejor, lo que antes nos sabía a pura frialdad.
Sin lugar a dudas , extraño el calor humano de mi pueblo, la calidez del trato, el abrazo apretado acompañado de varias palmadas por la espalda con repetidos besos; extraño los encuentros con amigos de antaño; pero poco a poco he aprendido a apreciar el respeto que profesa el americano hacia los demás individuos sin darles sugerencias, consejos, opiniones o ideas no solicitadas; dejando que los adultos escojan cómo van a vestirse, con quién van a relacionarse, con quién deciden salir o emparejarse, qué parte del cuerpo se quieren corregir con cirugía; sin ponerles motes, ni darles cuerda, sin burlas, sin control, ni imposiciones, sin críticas interminables, sin chismes ni averiguaciones…
¿Será posible poder conservar nuestro calor humano y exhibir un poco más de respeto por la privacidad y autonomía de los adultos, o será que voy a morir soñando?
César Román es profesor de Baruch College en Nueva York y autor de Vivir a Plenitud, El Camino Hacia Ti Mismo, El Arte de Vivir, Padres e Hijos y El Pasajero del Tren 7.
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